Viajar solos es una experiencia que nos hace madurar y ver el mundo de otra manera

Muchas veces te habrás cruzado con profesionales de todo tipo que viajan solos de un lado a otro. Seguramente también conocerás a alguien que ha sido lo suficientemente valiente como para decidir emprender un viaje totalmente en solitario.

Algunas personas reconocen que no sabrían estar en esa situación, que no podrían estar “solos”, y menos de viaje. Para los que ya lo hemos hecho, es normal escuchar preguntas del tipo: ¿no te aburre? ¿No te da miedo viajar sola? Otras personas, en cambio, sólo podrán encontrar ventajas a viajar sin que nadie le acompañe. La soledad parece un factor a evitar en nuestra sociedad y mucha gente tiende a huir de ella y a evitarla por encima de cualquier cosa. Estar solo es, a juicio de muchos, sinónimo de fracaso personal. Sin embargo, no debemos confundir la soledad en sí misma con estar solo.

Es cierto que viajar en solitario puede hacer que echemos de menos cierta compañía. Pero, desde el punto de vista de conocer mundo, la soledad sólo podrá significar una oportunidad más para socializar, para conocer a otras personas, comunicarnos, aprender y convertirnos en una especie de esponja que absorbe todo lo que puede de lo que no conoce.

Por tanto, mirémoslo desde este punto de vista: ¿no te parece que no puede haber un viaje más solitario que aquel en el que no salimos de nuestra “burbuja” de amigos y conocidos, únicas personas con las que nos vamos a relacionar y comunicar, de las cuales ya sabemos todo y poco vamos a profundizar?

Además, no nos podemos olvidar de que viajar cansa muchísimo. Si viajamos en grupo, convivimos 24 horas con las mismas personas. Al final del día, ¡sólo nos soportamos a nosotros mismos!  Viajar independientemente de un grupo nos quita de compromisos y “normas” de la convivencia; nos permite estar más en nuestro rollo.

Pero ¿por qué viajar solo?

En primer lugar, porque un viaje lo hacemos porque nos llama la atención un lugar en concreto. Debemos planearlo tal y como nos gustaría y de manera que podamos aprovecharlo al máximo. En segundo lugar, viajar da independencia. No tenemos que amoldarnos ni a horarios, ni a gustos, ni a preferencias. Nos podemos organizar nuestro tiempo sin dar explicaciones.

Además, como he dicho antes, desplazarnos a un lugar nuevo nos hace estar pendiente de todo en todo momento. Viajar sin nadie en quien apoyarnos nos obliga a estar con los cinco sentidos alerta y eso no hará más que proporcionarnos lo mejor de cada viaje.

Si pensamos bien, cuesta mucho escoger un buen compañero de viaje. Ya hemos visto que la convivencia cuesta y muchas veces puede haber desacuerdos entre los compañeros. Viajar solos evita conflictos. No tenemos que aguantar el mal humor de nadie, y en contraposición nadie tiene que aguantarnos a nosotros.

No podemos olvidar que en muchos casos incluso sabe bien encontrarnos solos con nuestros pensamientos e inquietudes. Reflexionar sobre nuestras cosas en un lugar alejado de nuestro entorno corriente es una de las oportunidades más ricas y fructíferas.

Y por último y fundamental, porque viajar solos nos abre al mundo y a cosas que no conocemos y que probablemente no conoceríamos estando acompañados. Estar solos nos obliga en muchas ocasiones a entablar conversaciones con gente de la que se puede aprender mucho.

Así que, viajeros, ¡ármate de valor e intenta viajar solo! No es necesario que vayas lejos, basta elegir el sitio adecuado y no pensar en nada más. Y por encima de todo, nunca hay que dejar de cumplir un sueño porque no tienes compañía.

Y recuerda: viajar en sólo puede ser una experiencia sublime. Olvidémonos de los tópicos; viajando nunca nos sentiremos solos, sino todo lo contrario.